viernes, 7 de noviembre de 2014

LA CANCIÓN DEL SILENCIO

Ausencia
El olor de la tierra
inunda mi espíritu.
Sobre el frío de la piedra
buscan la paz mis manos.
¡Vuela la ausencia, como un pájaro…!
En mi alma hay tristes ecos.



Plenitud
De la vieja parra
cuento los negros racimos.
Desde el alero, el amor
me da las buenas noches.
Me hablan los grillos;
en su cantar, parece
que se han vuelto locos.
¡Por un momento,
plena de luz, brilla mi alma…!
De mi corazón
cuelgan blancas campanillas;
¡se ha despertado una voz
que parecía dormida…!
Y hasta el mundo,
me parece un buen amigo.


En el bosque
Huele a amor en el bosque,
junto al estanque los niños juegan,
sensuales náyades ríen al sol. 

Entre los blancos lirios,
cristales de rocío;
se arrastra el musgo
entre los viejos troncos.

Todo es paz en el bosque,
reina el silencio...
Amor tiembla entre las hojas.



                                             La canción del crepúsculo
                                    La canción del crepúsculo,
con su vehemente luz,
embriaga mi cabeza.

Los últimos suspiros
de un moribundo sol
mi espíritu envuelven;
sobre mí se derraman,
cual fina lluvia, sus sombras.

¡Inalcanzables nubes,
horizontes de fuego…!
¿Quién escribió más viva
                                     canción de amor? 



                                             Espíritus
Sobre tus hombros,
vuelan traviesos espíritus.
Calladamente,
del valle a la montaña ascienden 
para volver, seguidamente, a descender.
Ágiles nadadores,
me enfrentan a tus olas;
cual misteriosas sílfides,
se ocultan en tus bosques;
envolviéndote en vaporosas nubes,
despiertan mis anhelos.
Cantarinas alondras, en tus labios
hacen su nido; flores son
que se abren sobre la fértil
tierra de tus ardientes sentimientos;
voces que hasta mí llegan
desde tus claros cielos...
Y, cuando cae la noche,
ellos mueven mi barca,
                                     avanzando entre las sombras.  




                                             El templo
Conozco el templo más perfumado,
me envuelve su armónico vigor,
tiemblo ante sus esbeltos pilares.
Al traspasar sus puertas,
saboreo el denso vino
vertido en un cáliz sagrado;
unjo con él mi carne,
mi pecho abro a sus intensos vapores.
Sagradas, sus bacantes me hacen
vibrar ante los sensuales ritmos
                                     de orgiásticas danzas ancestrales. 



Rosa lejana
Se han borrado los caminos
del mundo.
Zigzagueando,
me adentro en la noche.
Justo en su extremo,
justo en su extremo…,
hay una rosa aromando
los más lejanos confines.
Tiene la noche
almíbar en sus labios.
Mi corazón suspira;
¿recobraré la paz?



El resplandor
Siguiendo nuestro propio camino
queremos transformar las cosas.
Un ardiente sol,
cada vez más cercano,
brilla y brilla.
Mis sentidos despiertan;
mi alma, ahíta de certeza, navega
sobre el frágil velero
de la sinrazón.



Otoñal
Desde el río hasta mi alma
llegan ondas de alegría.
La mañana es un lejano trueno;
la tarde, una dulce sonrisa.
Entre las sombras
alienta una esperanza.
A lo lejos,
brilla una extraña luz.
¡Arrastradme hasta ella,
doradas hojas de otoño!



                                     Atardecer azul
Vibran las aguas del lago
con el ritmo de las últimas luces,
tiembla mi alma
ante los pálidos reflejos celestes.
Azules sombras, bostezos de fríos soles,
hacen temblar las hojas
en que mis versos duermen.
En umbríos bosques se pierden mis sueños,
por colinas sin dueño mi fantasía vaga;
siguiendo el vuelo de las nocturnas aves…
                                    ¡busco una eterna armonía!  

                                     


                                                 Oliendo a quemado
                                    En la hora presente,
                                    hora preñada de nostalgia,
                                    no comparable con ninguna,
                                    hasta mi corazón llegan
                                    melancólicas formas;
                                    avanza por la noche
                                    la tempestad más sagrada.
                                    Enfrentándome al viento,
                                    le abro la puerta a mis mejores amigos.
                                    ¡Ha llegado el momento 
                                    de acompañar con mis versos
                                    el dolor de los hombres…!
                                    Arrecia el vendaval;
                                    sentado ante la lumbre
                                    veo danzar a las sombras. 



                                     
 
 
                                         
Canción ebria

Tendido, en el jardín,

me emborracho de virtud.

¡Embriagarse, ésa es la cuestión!

¿Qué importancia tienen unos grados

de más o de menos, comparado

con el tremendo esfuerzo

que supone guardar la compostura?

Millones de estrellas,

cayendo desde el cielo,

vienen a clavarse

sobre mis hombros.

Vuelan las aves;

sus agudos graznidos

acompañan mi soledad.

Alzo la copa de vino;

mi reloj se ha parado.

El tiempo, ahora mi esclavo,

se inclina ante el airado

tic-tac de mis poemas.



                                          
 
 
                                            
Luna de otoño

Fantasmales reflejos;

ni tan siquiera los pájaros

se atreven a volar.

El paisaje

cubierto por espesa bruma;

grises nubes

deambulan por el cielo.

Sin hojas quedó el árbol;

de las desnudas ramas

sólo cuelgan mis dudas.
 
 
 
                                          
Sinfonía

Emulando a la luna,

enciendo la tenue luz de mi vela;

lagrimean mis ojos.

Confiado, me duermo

en el vientre de la noche;

¡las estrellas me hacen sonreír…!

Late, inquieto, mi corazón;

es el alma de mis versos

una inacabada sinfonía.
 
 

 
Nubes

En mi cuerpo hay un mar;

en mi alma hay un mar.

Azuladas olas

cubren los caminos;

sobre su calma superficie

doradas luces brillan.

¡Avanzan las sombras impulsadas

por desbocadas pasiones…!

En el lejano horizonte

se adivinan vaporosas nubes.

¡Ay, esas aladas nubes,

atravesando el océano,

qué dulcemente envuelven

el jadeante corazón del poeta!
 
 
 
                                          
Lo oculto

De todo es testigo

el tiempo.

 

Sólo él conoce el destino

que nuestros sueños tienen.

 

¿Sabes tú por quién late

el corazón de un hombre?
 
 
 
                                         
El puente

¡Allá, allá está el alma

de la tierra!

¡A lo lejos brillan

los ojos verdes del mundo!

¡Cómo relucen en la oscuridad…!

Sensuales vibraciones atraviesan el aire

-espectrales relámpagos-

cruzando, de una a otra orilla,

la inmensidad del universo.
 
 
 
                                          
La isla

El alma de la tierra

impone sus caprichosas leyes;

densas tinieblas, al caer la tarde, ocultan

el corazón azul de los mares.

¿Quién conoce el secreto

de la noche oscura?

¿Quién ha visto los garfios

donde cuelgan las cartas

de amores ya olvidados…?

Como una piedra, yerto, mi corazón

asoma entre las frías aguas.
 
 
 
                                         
La tempestad

El viejo barco

regresa a la península. 

Se oscurece el color de las aguas;

rugiendo, la tormenta 

quiere rasgar las velas.

¡Valor, eso es lo que hace falta!

Valor para vencer 

al viento frío sin dejarse

amilanar por los aullidos

de las enormes olas…

A lo lejos, los bravos

marineros vislumbran

un difuso perfil.

¡Ya avanzan por la ría,

el puerto se adivina…!

Entre las negras nubes,

brilla el faro en las rocas.
 
 
 
                                         
A la par

Entre nosotros, no hay

muros infranqueables.

Naturaleza

unió nuestros espíritus

y, en el centro, brillando,

tu grácil majestad.

¡Con ardientes palabras

nos enfrentamos al mundo…!

Nuestros anhelos, nuestros sueños,

cada uno en su propia clausura

y en anhelante libertad.

¡Oler la flor,

ésa es nuestra tarea!

Las olas de tus ojos

alientan mi energía;

tu cuerpo es mi verdad;

tu alma, un profundo misterio…

En mi universo reverbera tu voz,

persuasivos susurros

tiemblan entre mis versos.
 
 

 

¡Y se hizo la luz…!

Mis calladas palabras, amontonadas

encima de la mesa, ven la tarde caer.

¡Qué inquietantes recuerdos

sustentan mis cimientos…!

¿Debo ya rendir cuentas?

Intento escribir bellas cartas;

encerrado en mi pequeño gabinete

bosquejo tristes romanzas dando la espalda

a mis amargos pleitos…

¡Oh, vida mía, agridulce manjar,

mapa imposible donde malviven las modas

del mundo con iracundos dioses ancestrales…!

Hasta el fondo de mi alma llegó un rayo de luz;

un nuevo sol, asomando tras la purpúrea niebla,

derritió los copos del ocaso y calentó los mares

en que durante años, ¡durante tantos años…!,

flotaba, a la deriva, mi navío.
 
 


Arco iris
Tras el paso
de la ciega borrasca
-torbellinos de espuma-,
la luz de un arco iris…
Naciendo de las sombras,
la paz vuelve al mundo.
 
 

 


Flor de estío
Una noche de estío
hizo sonar para mí una bella flor
su mejor melodía;
cuando vibraban sus pétalos,
se encendía mi alma.
Desde su sagrado cáliz
hasta mi corazón llegaba
una secreta balada;
su perfume
endulzaba mis horas;
mi cielo se vestía
con su armónico color.
Bajo onduladas colinas,
en el fondo del valle,
dulces canciones de amor
cantábamos acompañados por las aguas
de un cristalino arroyo.
¡Yo era su único sol
y ella, generosa, su corazón me abría…!
 
Ha llegado el otoño
-con sus intempestivos vientos-
y aquella linda flor aún vuela, errabunda,
sobre mis húmedas tierras.
Aunque tiene en lejanos lares sus raíces,
puede que siga junto a mí todo el invierno…
 
¿Qué sería de mi vida -me pregunto-
sin su aromada y mágica presencia?
 
 
 
                                   
Lo que yo siento
Mi corazón
late, apasionadamente, excitado
por la corriente de un tempestuoso arroyo.
 
Mis labios
se beben toda la savia de la noche
y cantan impulsados por el ritmo
de una solitaria estrella.
 
Mis ojos,
cegados por una brillante luz,
se abren y se cierran en el centro
de un apasionado vórtice.
 
Mi alma
se nubla ante una dulce
voz que hilvana sus palabras
con delicados besos.
 
Mis manos
acarician los rayos de un extraño
sol que en la noche luce
sus dorados cabellos.
 
Mis hombros
anhelan las olas de un lejano mar.
¡…Y cómo se hunden mis raíces,
cada vez más y más, en las entrañas
de aquellas remotas tierras!